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06 marzo 2012

Breve crónica de una lluvia anunciada


De repente se hizo de noche y enseguida se cayó el cielo. Agua por todos lados, por arriba, por los costados e incluso desde abajo (los charcos no tardaron en formarse). El techo de un puesto de diarios cerrado sirvió de refugio para aquel desprevenido que no tuviese un paraguas en su poder.

Un motoquero subió a la vereda y estacionó su vehículo, se quitó el casco y revisó si lo que llevaba en el morral se había mojado. “Se largó”, dijo cerciorándose que la encomienda estaba a salvo. “Sí, llueve bastante fuerte”, acoté cual meteorólogo de turno en vivo por televisión. A los dos minutos se sumó un señor de unos 60 años que con, paraguas en mano, se guareció a esperar que el semáforo de Echeverría cambiara a rojo para cruzar.

“Ya nos parecemos a Río de Janeiro, llueve cada dos por tres”, dijo el hombre, sumándose a la teoría de que Buenos Aires está más tropical que nunca. “Sólo faltan la playa y las garotas”, apunté en busca de un gesto de complicidad por parte de los acompañantes del refugio. “Las garotas, la playa y el buen humor de la gente”, agregó el sexagenario antes de despedirse y desearnos suerte a los dos que nos quedamos bajo el amable techo.

Desde Vuelta de Obligado se escuchó como una mujer se quejaba de la lluvia. Volvía de buscar a su hija de la escuela. Ambas se acomodaron debajo del peusto de diarios y la mujer espetó: “la puta madre me mojé toda”. La niña, de unos 8 años, se le quedó mirando. “Encima no dejan salir a los chicos y los padres tenemos que empaparnos todo”, agregó la madre. La lluvia no afloja y el agua ya llegó al cordón de la vereda. “Dale, vamos que hay vino tu padre con el auto”, apuró a la nena la mujer empapada.