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26 agosto 2012

Contrastes


En un rincón de Buenos Aires, lo que parece una escena más del paisaje urbano esconde el cruce de cuatro historias.

21 agosto 2012

Del otro lado del escritorio


— Si quieren subir no van a poder: está cerrado. — dice la mujer abrigada con un camperón negro detrás del escritorio y en pocos segundos derrumba nuestra intención de espiar la Plaza San Martín desde el mirador de la Torre de los ingleses.

Podría llamarse Gladis o Flora, como aquel personaje de Antonio Gasalla que desde la recepción de un edificio público atendía de mala gana a quien se cruzara por su camino. Esta señora no está sola. Un encargado de seguridad la acompaña. Al parecer su pasatiempo favorito son los crucigramas y se rasca la cabeza pensando esa palabra que le falta para completar otra revista.

— ¿Por qué no se puede subir? — pregunto viendo la puerta abierta del asecensor.
— No están dadas las condiciones de seguridad. Desde el 2006 que no funciona porque descubrieron que no hay escalera de emergencia. Sólo está esa escalerita marinera que ven ahí y se imaginarán que por ahí nadie puede escapar.
— ¿Y está pensado hacer algo para que se pueda acceder?
— No creo.
— Qué lástima.

En el interior de la torre de Retiro hoy funciona el Centro de Informes de Museos del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pero sin poder subir hasta la cima, la torre pierde su gracia.

La señora detrás del escritorio está molesta con su trabajo y se nota a la legua.

— Nosotros hacemos nuestro trabajo lo mejor posible. — apunta la empleada porteña. — Si viene Macri te mira de arriba, pero a nosotros no nos reconocen.

Nos quedamos escuchando su descargo.

— Los negocios personales si los hacen bien. Pero no nosotros no podemos tener ni una concesión. — se sigue quejando la mujer. — Este país algún día va a cambiar: cuando la gente vote bien.

Nos despedimos agradeciendo la información brindada y le deseamos suerte. Detrás nuestro llega una pareja de brasileros también con la intención de visitar la torre. Allí, espera la empleada quien les dará la mala noticia.

15 agosto 2012

La cinta, Gonzalito

— ¡Yo tenía $ 50! Te muestro el vuelto que me diste. No me robé nada. — gritó exaltada una señora al ser frenada cuando se iba del supermercado chino de su barrio.
— Usted no pagó té. — inquirió uno de los dueños del establecimiento sin que se le mueva un pelo.
— Sí que lo pagué. Pagué todo. Vos  me acusás porque fui a dejar la canasta acá — apuntó la injuriada señalando la pila de canastitos de plástico arrumbados al lado de una decena cajones repletos de envases de cervezas vacíos.
— Le paso video. — apuró en decir el chino con la tranquilidad de saber que no se equivocaba en su veredicto.

El volumen de la discusión subió y pronto los que estábamos en la cola para pagar apuntamos las miradas y paramos las orejas hacia el altercado entre dueño y clienta. La otra mandamás del negocio le pidió disculpas a una señora que sólo llevaba un paquete de tapas de empanadas y salió disparada hacia la puerta para ver bien qué pasaba.

Inquirió a su compañero en chino y la permanente rubia de la acusada de llevarse un té estalló de furia: “Hablen en mi idioma”, retrucó resaltando el mí. No le llevaron el apunte y siguieron discutiendo entre ellos.

— ¡No hablen en chino! — gritó esta vez para que la fiambrera del fondo también la escuche. — Hablen en mi idioma.
— Usted llevó té sin pagar — volvió a la carga el chino.
— A ver qué hay en video — ordenó la china con ánimos de apaciguar las aguas.
— Ahí se ve cómo te lo pago y voy a dejar la canasta acá — se volvió a defender la señora agarrándose los lentes con su mano derecha.

Tras observar la filmación de las cámaras de seguridad, los chinos volvieron a debatir la situación en su idioma. Ella parecía retrucarle algo a él y él se defendía señalándole el monitor con la grabación. Tras un par de minutos de discusión llegó el veredicto final.

— Perdoname. Está todo bien, amiga. — dijo la china poniendo su mejor cara.
— Ok. Te disculpo, pero hay que tener un poco más de confianza en los demás. — le contestó la mujer y se fue indignada.

La china volvió a su puesto. Le cobró $ 7 a la señora por las tapas de empanadas y mientas le agarraba el billete de 10 seguía retando al chino.