Pages

26 febrero 2013

Sol, playa, neurosis y garrafas vacías

Alvar es psicólogo, pero ya no se dedica a analizar angustias ajenas. Ahora, lo suyo es barrer hojas secas, cambiar garrafas, destapar baños y principalmente atender cordialmente a los turistas que se alojan los ranchos que administra su mujer, Claudia, en la Barra de Valizas. Él nos recibe con una gran sonrisa. Detrás nuestro está su esposa argentina, quien no se despega de su cartera negra. Allí guarda su tesoro más preciado: los dólares que pagan los turistas por alojarse. Claudia nos muestra el rancho y se va.

Cuando le contamos a Alvar que somos de Buenos Aires su cara se ilumina: “Lo que más me gusta de allá es el café expreso. Cuando voy lo primero que hago es tomarme uno. Es riquísimo y acá no hay”. Sin embargo, Alvar no es ajeno a la neurosis de los porteños.

—Buenos Aires es divina. Pero la gente tiene una mala onda que no se puede creer: los taxistas sobre todo—dice el otrora psicólogo.

Alvar nos pregunta si ya conocíamos las playas de Rocha, cuánto tiempo nos vamos a quedar y qué lugares vamos a visitar. Alvar es locuaz, creemos que hace rato que no conversa más de diez minutos con alguien. Le contamos que nuestra idea es recorrer varias playas del departamento. Nos felicita por la elección y dice que las playas son hermosas. “La mejor hora son las siete de la tarde”, sentencia Alvar y cuenta las razones: “El agua está calentita y el sol no pega tanto”.

—También teníamos ganas de conocer Cabo Polonio.

—Tengo amigos que viven ahí y es muy lindo. Pero en verano no hay sombra y el sol te mata. Y si vas en invierno, a las cuatro y media de la tarde se hace de noche. Te la regalo.

—¿Y Punta del Diablo?

—Está de moda. Echaron a todos los pescadores porque les arruinaba el paisaje. A los tipos les da vergüenza ir a tomar una cerveza en camiseta al bar al que van durante todo el año porque los miran mal.

Parece que Alvar no quiere que nos vayamos de esta playa. Deberían elegirlo como secretario de turismo de Valizas.

—Van a ver que lindas que son las noches acá. El cielo estrellado es alucinante. Las estrellas son lo único que nos queda.

Claudia regresa. Llegaron dos nuevos turistas y lo busca a Alvar para que les muestre las instalaciones. Allá va él, con una sonrisa de oreja a oreja: “¿De dónde son chicos?”.

23 febrero 2013

La puta que nadie quiere coger

Ahí está una vez más, esperando al primer cliente de la noche. No pierde la esperanza de que un taxista o un trasnochado la levante en su esquina. Ya ni se acuerda lo que es coger por plata. Ni siquiera sabe cuál fue su último cliente.

A metros del cementerio de la Chacarita aguarda en la que será una noche larga.

Y se largó a llover como la última vez. El agua cae a baldazo limpio y ella se refugia debajo del techo de la entrada del edificio de Edenor. “Los de la radio no dijeron que se iba a largar semejante tormenta”, se dice.

El rimel berreta comprado en un súper chino de mala muerte ya es historia.

La lluvia es cada vez más fuerte. A lo lejos se ven destellos de relámpagos. Es prácticamente un hecho que esta noche nadie la va a levantar.

Doblando por Guzmán se acerca un taxi. Avanza bien despacio.

Ella se acomoda la peluca rubia y se acerca al cordón de la vereda. El taxi pasa por delante de ella y no frena. El taxi sigue camino y dobla por Jorge Newbery.

Ella espera por el primer cliente de la noche. Ahora, completamente empapada.

19 febrero 2013

La gata Flora


Desde hace unos meses le invadí su espacio. Nos conocemos desde hace rato, pero los dos sabemos que ella estaba antes que yo. Para qué ocultarlo. Cuando  tenía apenas unas semanas de vida la puse en una pala y la deambulé por el aire. Por esa iniciativa fui criticado. Con justa razón, fui tildado de nene que nunca tuvo mascota.

Ahora a veces no me escapa. Cuando se siente ofendida se para sobre el lavarropas y me pide entrar. Le abro la puerta me mira, da media vuelta y se va al jardín del vecino. Esa es su esencia: gataflorismo puro.

Me mira cuando escribo y es la única que escucha cuando leo en voz alta. Borré varios párrafos sólo porque ella miraba para otro lado y me quitaba su atención. Los gatos son perceptivos, dicen.

Ya no viene a despertarme a la mañana. Con el calor prefiere salir a fuera y refugiarse debajo de alguna planta del vecino. Más fresca que el departamento, por cierto. En estos momentos, nuestra relación se reduce a la acción: ella se trepa a la puerta y maúlla para salir. Luego, maúlla para entrar. Y volvemos a la acción.