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09 junio 2015

Remisero

En un día de paro de transporte los taxis copan la avenida Corrientes. Pero sólo algunos van ocupados, la mayoría de los autos viaja vacío hacia el bajo porteño. Buenos Aires sin colectivos es rara, como si le faltara algo.

Para llegar desde Villa Urquiza a San Telmo me tomé un remis a costas de la empresa (nunca menos). Me tocó un remisero que fue colectivero y quien me puso al día con el rubro de los viajes en auto: “Hoy lo que más sale es el laburo de mensajería”. Porque para llevar y traer trastos las empresas también usan remises.

Pero además de trabajar en la remisería también hace viajes por su cuenta para sumar unos mangos más. “Todos los días llevo la vianda a una oficina que pide comida vegetariana a un bolichito enfrente de la remisería”, cuenta después de pasar en rojo el cuarto semáforo del viaje. “Son todas pibas que comen sano porque se quieren ver flaquitas. Como yo, que la semana que viene arranco con la dieta”, agrega entre risas.

El remisero se amasa la panza que le toca el volante del auto y se ríe. El mes que viene arranca con los preparativos para hacerse un bypass gástrico. Pero la operación que alguna vez se hizo el Diego no es moco de pavo. “Me tienen que ver un psicólogo, un clínico y un cirujano”, apunta. También estuvo más de un año para que le aprueben la operación: “mi obra social me la bochó, pero lo tramité por el lado de mi mujer y de tanto insistir me salió”.

Pero el remisero también tiene la rodillas maltrechas. Luego de la batalla ganada por el bypass gástrico busca que le implanten un par de prótesis que le permitan subir y bajar del colectivo sin dificultades. 

Claro que la burocracia de la salud le vuelve a poner trabas: “Con tal de no operarme los médicos me dijeron que me firmaban el certificado por discapacidad, pero lo que quiero es que me operen para moverme sin problemas”. Por ahora, ningún doctor se animó a autorizar la operación en ambas rodillas porque sería un costo enorme para ese fabuloso negocio llamado obra social.