Nadie les dijo que se juntaran, pues a nadie se le habría ocurrido siquiera que podían sentarse a la misma mesa. Pero allí estaban, sentaditos. Nadie los juntó, pero ellos se juntaron. Nadie los citó, pero ellos se citaron; se encontraron en un tiempo y un lugar indefinido.
Allí estaban, cerca de la puerta, el optimismo y el pesimismo. Más allá, pegados al inmenso ventanal que daba a la calle, la humildad y la altanería, Unos pasos a la derecha estaban la exageración y la mesura. ¿Qué hacía allí cada uno de estos pares de opuestos? Nadie lo sabe y seguramente nadie se lo preguntará alguna vez. Pero sin saber sabiendo ellos estaban ahí compartiendo sus miserias y sin saber sabiendo se dieron cuenta que en cada uno de ellos se encontraba un pedacito del otro.
Aunque nadie lo reconozca públicamente cada uno de ellos sabe que no existe sin el otro, sin su opuesto, y por eso es que en definitiva existen. Alguno de ellos, nadie sabe cuál, recordó un viejo libro de psicología que afirmaba que los opuestos se atraen y encontró en esta aseveración la respuesta a que estos pares estuviesen reunidos en un mismo tiempo y lugar indefinidos.
Al parecer en este mundo todo es posible y hasta el agua y el aceite pueden juntarse. Ayer nomás eran enemigos íntimos, pero la bendita mano del hombre, esa que de vez en cuando juega a ser Dios, los unió.