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23 noviembre 2012

La calma chicha


El agua cae en cámara lenta. La yerba se hincha y M. me pasa el mate. La temperatura del agua es la justa. Sin embargo, hace calor para tomar mate. Los 35 grados que entran por el ventanal abierto de par en par lo certifican. Pero para M. la costumbre de los amargos a media tarde no se negocia.

El agua vuelve a caer en cámara lenta. La yerba se hincha hasta el mismo punto de la cebada anterior. M. parece sonreír ante su precisión quirúrgica. Pero es un espejismo porque es difícil darse cuenta cuando M. está contento o amargado. La euforia parece no estar dentro de su ADN.

El agua del termo se acabó. M. pone de pie su desgarbada figura de casi dos metros y encara hacia la cocina arrastrando sus ojotas número 45. Carga la pava con agua de la canilla. Saca un fósforo de la caja y enciende la hornalla. Acomoda la pava sobre el fuego de manera tal que el fuego abraza a la pava de forma simétrica. Agita el fósforo y lo apaga. Abre la canilla y empapa el fósforo apagado. Levanta la tapa del tacho y arroja el fósforo. Me pregunta si deseo algo de comer. Le respondo que sí. Dice que sólo le quedan galletitas de agua.

Foto: Juanpol