En la empresa todos saben que El Topo levanta quiniela.
Algunos se ponen nerviosos cuando no lo ven, pero el Topo es puntual: todos los
días a las 17:45 ya está en su puesto. Llega con tiempo de sobra para
acomodarse y recibir las apuestas de sus compañeros.
Su rutina comienza con su visita sector por sector y saludar
a sus compañeros. “Buenas tardes”, dice. Quiere recordarles que llegó y que
pueden acercarse a jugar un numerito. Si de casualidad alguien ya lo había
cruzado antes, El Topo lo saluda otra vez.
El Topo es petiso, pelado —pero con una colita de caballo ya
encanecida— y tiene anteojos culos de botella. Quien le puso el apodo dio en la
tecla. El Topo parece un dibujo animado. Siempre está vestido igual: zapatillas
deportivas blancas, pantalón de vestir claro (muy a veces, oscuro) y camisa de
manga corta.
Falta media hora para que se sortee la nocturna y El Topo no
da a basto. Hoy parece que a varios les picó el bichito de la apuesta. El Topo
saca del bolsillo billetes de 10, de 20 y de 50. Parece que tiene todo el
cambio que los cajeros automáticos no entregan.
Ya no hay más apuestas. Es el momento de llamar por teléfono
para pasar los números de la noche. Hasta las ocho y media ya se sabe que el
teléfono del sector estará inutilizado hasta que El Topo termine de pasar los
números.
Poco minutos antes de las nueve de la noche el televisor no
se mueve de Crónica, el canal que pasa los sorteos de la Quiniela sin importar si
se muere Chávez o eligen un Papa argentino. El Topo es el único que mira el televisor.
Con papel y lápiz en mano anota los números que van saliendo. ¿Habrá ganador?