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14 diciembre 2012

El canciller que viaja en tren

Dos empleados de seguridad privada viajan en tren hacia Retiro. Uno de ellos es muy gordo. Su panza quiere escaparse de su percudida camisa blanca y su culo no entra en el asiento. El calor lo agobia, como a todos los pasajeros del vagón. Se quita una gorra negra desteñida que no le entra en la cabeza, se pasa un pañuelo mugriento por la frente y retoma su monólogo.

— Al paraguayo con la obra no hay con que darle. Es una máquina. Vos lo ponés a hacer un pozo de tres o cuatro metros y en menos de una hora ya está listo. Pero no es laburador como el boliviano. Esos sí que laburan mucho.

Su compañero no le dice nada. Mira por la ventanilla del tren como un avión se prepara para despegar de Aeroparque.

—Los que son unos garcas son los peruanos. Son unos ladrones. — continúa el gordo —. Ahora están viniendo muchos colombianos. Pero esos te roban. Son unos rateros.

El tren se detiene en la estación Saldías. Una mujer se baja junto a cinco chicos. Todos los pibes visten guardapolvo y cargan la mochila a sus espaldas.

— ¿Cuántos hijos tiene? —se pregunta el gordo— Tomó los subsidios por hijo y chau. Se lo da Cristina. Total, lo paga el Estado y a joderse.

Su compañero no le contesta. Por la ventanilla mira las casillas dela Villa31 pegadas a las vías del tren.

— Estos no tenían micro escolar, le cortaron la calle y a las dos horas ya los tenían. — cuenta el gordo sobre una protesta que hicieron vecinos del asentamiento nueve meses atrás —. Los tienen agarrados a todos: a Macri y a Cristina.

El vagón arranca. El compañero del gordo se queda mirando por la ventanilla a la mujer y a los chicos, quienes en un rato van a pisar el suelo de barro y basura para llegar a su casa.