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26 marzo 2013

La pesadilla

Hace unos días tuve una pesadilla. Soñé que un amigo de la secundaria moría en un accidente de tránsito. Nunca me acuerdo los sueños y menos aún las pesadillas. Temí lo peor. No pude volver a dormir pensando si le había pasado algo. Hace unos años, su madre y su hermana menor murieron en un accidente en una ruta de Córdoba.

A la mañana siguiente lo primero que hice fue mandarle un mensaje vía Facebook para ver cómo estaba. No sabía nada de su vida desde hacía un par de meses. Por suerte, su respuesta no tardó en llegar: “Estoy laburando de noche en un hotel de Las Cañitas”.

Estaba vivito y coleando. Sano y salvo.

“Igual tengo los días contados porque detesto el horario y estar en negro”, agregó. Uno más descontento con su trabajo. Bienvenido al club. 


No le conté nada sobre la pesadilla que tuve.

15 marzo 2013

El Mateo

Este verano en Uruguay alguien me dijo: “El Mateo era un músico que no se hacía problema por grabar. Hay pocas cosas registradas de él porque no le daba importancia. Lo que se rescató fue gracias a sus amigos. Él tocaba en la Tristán Narvaja y no ponía un tachito para las monedas. Él compartía su música”.


12 marzo 2013

Inflación para todos (y todas)

Un irlandés, un portugués y una argentina from Boedo conversan en inglés en el patio de un hostel de Colonia. El lusitano exhala el humo de su cigarrillo y cuenta que en Buenos Aires algunas cosas están más caras que en su país. Todo menos el transporte: “Lo barato son el subte y los colectivos”. “Decimelo a mi que vivo en Buenos Aires todo el año”, le responde la chica con la cara colorada tras una jornada soleada.

El irlandés no tiene nada que decir sobre el alza de los precios. Él todavía no conoce Buenos Aires, pero cambia el tema de la conversación y pregunta si lo que se habla en Argentina es lo mismo que en España. La chica es terminante: “No. Nosotros hablamos castellano”. La respuesta parece no haberle satisfecho. Esperaba una ampliación. Pero eso no sucede y se queda callado.

Hay un bache en la conversación. 

El portugués sigue fumando. Su pelada brilla.

Continúa el silencio.

La chica se acomoda su colorida pollera de bambula y se recoge el pelo. La cara está más colorada de lo que parecía. Se tomó todo el sol que pudo en un sólo día. El portugués no tiene marcas: su pelada está intacta; más blanca que un papel.

Sin que le pregunten, la chica retoma la charla. Le cuenta a ambos que está ahorrando para viajar por España y por Portugal. El portugués dice que Lisboa es baratísimo, salvo por los alquileres de los departamentos y que por eso él vive a las afueras de la ciudad. El pelado es un ministro de economía. Le advierte a la chica de Boedo que Madrid es parecida a Buenos Aires, pero más cara que Lisboa.

08 marzo 2013

05 marzo 2013

Sin banderas

Iván se sirve otro vaso de whisky. Es el segundo de la noche. Mira el cielo despejado de Punta del Diablo y se fascina con la luna llena. La luna es una de sus debilidades. Cazuza es otra. Conoció su música cuando vivió en Brasil. Iván sabe de qué se trata eso de vivir lejos de su país. En los ochenta se escapó hacia Argentina de la dictadura uruguaya: “La cosa acá estuvo brava porque era todo muy chico —toma un trago de whisky—. Si caías en Artigas y decías que venías de Montevideo ya eras sospechoso”. 

Llegó a Buenos Aires en marzo del ‘82. Ni bien puso un pie en Retiro Iván vio a una muchedumbre que quería tirar abajo la Torre de los ingleses. Tiempos agitados. Vivió en San Telmo, en el Abasto y en Monte Grande. Trabajó en una pizzería del Microcentro, pero lo suyo no eran las masas con salsa de tomate y queso, sino el maquillaje y la puesta en escena para murgas. Como docente en ese arte viajó por varios países de Europa. Berlín y Barcelona le encantaron. En 2008 vivió varios meses al sur de Italia. Allá enseñaba cómo se hacían las puestas en escenas de las murgas uruguayas. Pero el sueño duró poco. Los recortes en el área de Cultura de Berlusconi le hicieron pegar la vuelta a sus pagos. 

Iván llena el formulario del hippie: es artista, viste remera y pantalón de bambula y luce en su mentón una barba encanecida. También es zurdo y banca a muerte a “Pepe” Mujica. En su biblioteca hay lugares reservados para un par de libros sobre el ex Tupamaro y quien le pregunte por el presidente de Uruguay encontrará en Iván al primer defensor. 

—El tipo va a fondo porque no va por otro mandato —dice y enumera—. ¿El aborto? Agarra y va. ¿La legalización de la marihuana? Agarra y va. Para él no hay especulación política. 

Sobre Tabaré Vázquez Iván no guarda los mejores recuerdos. Sobre todo en cuanto al debate sobre el aborto: “Se lavaba las manos con eso del juramento hipocrático y le dejaba el negocio a las mafias blancas”.

Iván mira la luna llena otra vez. El vaso ya tiene poco de whisky y más de agua.

—Vo’, mirá que luna la de hoy. Igual no se compara con la que se ve en el Polonio.

Iván recuerda cuando en Cabo Polonio los puestos de artesanías no aceptaban Visa o Mastercard y cuando llegar allí era toda una aventura. Hace veinte años cumplió uno de sus sueños y se armó un ranchito allá: “Estoy a 200 metros de cada playa —Iván cierra los ojos y se transporta al lugar—. A la noche escucho como rompe la ola de una playa y luego como rompe la otra”. 

Pero Cabo Polonio no es para cualquiera. Una vez le alquiló su ranchito a un porteño y el tipo lo llamó para decirle que no había luz. Iván no dudó. Al inquilino le dijo que le diera las llaves al vecino y que le devolvía la plata: “Ese tipo no entendió nada. No sabía ni a dónde iba”.

Vía Ciudad Pintada