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17 junio 2014

De regreso a octubre

El celular de un treintañero suena varias veces en el fondo de un bar del microcentro porteño. El tipo no quiere atender. Lo deja sonar una y otra vez. El aparato canta un gol bajo el cielo de un verano italiano. Ese fue un mundial con un sabor diferente.

Para Italia ’90 los misiles ya no imponían el temor de otros años. Era la última vez que Alemania se presentaba como Oriental o Federal. La URSS también se despedía y le dejaba el lugar a Rusia. Yugoslavia iba a desaparecer y renacería bajo varios países. Cuatro años más tarde, Estados Unidos recibía a la pelota con fuegos artificiales, trajes con lentejuelas y el libre mercado en su apogeo. El mapa ya no era el mismo. En cada partido sonreían a las cámaras niños que agitaban sus banderitas norteamericanas. Todo exagerado, pero prolijo.

Francia ’98 fue el mundial del multiculturalismo. El local salió campeón con un equipo integrado en su mayoría por jugadores que habían nacido en sus ex colonias o eran hijos de inmigrantes. Dieciséis años después, el 25% de los franceses votaría al Frente Nacional para que los representara en Europa. Jean-Marie Le Pen, el presidente del partido, tiró al aire una frase antisemita para festejar.

En 2002 la pelota aterrizaba Asia. El futuro había llegado hacía rato. En Corea y en Japón los autos no volaban y los jugadores no eran robots, pero la estandarización ya era moneda corriente. Los futbolistas no jugaban en los países que representaban, las camisetas estaban cortadas con la misma tijera y los estadios salían de un videojuego. El mercado había metido la cola. Internet también: conectarse con la otra parte del mundo ya era una realidad. La independencia suponía ser la idea madre de la red de redes. ¿Arrancaba una nueva utopía libertaria?

En Alemania 2006 nadie veía venir la crisis económica que hundiría a varios países de la zona Euro. Dos años después, algunos presagiaban el fin del capitalismo. Optimistas de la utopía, bienvenidos. De este lado del río el viejo sueño de la Patria Grande empezaba a asomar la cabeza: Fidel ya había llenado la explanada de la facultad de Derecho. Todos estaban felices.

En 2010 el mundial llegaba al tercer mundo. Los sudafricanos tenían que demostrar que eran capaces de organizar el evento. En una carrera contrarreloj se construían estadios que luego serían elefantes blancos, al tiempo que se aumentaban las protestas de trabajadores por malas condiciones laborales. Por un momento parecía que el mundial no se iba a realizar, pero al final sí. Igual, África sigue siendo el continente más pobre y hambriento del planeta.

Algo similar pasa cuatro años más tarde. La Patria Grande tiene su mundial, a costa de obreros sepultados bajo el césped de estadios, trabajadores en pie de guerra y protestas por los gastos exorbitantes de dinero para otro mundial. La pelota ya rueda, pero hay un festival de policías y drones en Brasil, vigilancia y control para todos. Que nada se salga de su lugar. Todos peinaditos y sonrientes. Derechitos y humanos.