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08 octubre 2012

Tu amigo, el colectivero


El chofer venía rápido. Quizás un poco más ligero de lo debido. Pero a esa altura de la noche, para quienes viajamos de regreso del trabajo, un conductor con ese ímpetu es una bendición. Siempre y cuando te frene en la parada.

Con la lengua afuera, el pasajero se acomodó la campera, apoyó la tarjeta SUBE sobre el lector y se quedó mirando al chofer. Con la mirada puesta sobre el asfalto de la Avenida del Libertador, el conductor no hizo acuse de recibo. La cara del pasajero se transformó. Una vena de su frente se hinchó y todos los que veníamos escuchando música no hicimos más que quitarnos los auriculares de nuestros oídos.

— A mi el sueldo me lo paga Cristina, no vos. — le espetó el conductor del 130 al pasajero — Mejor mañana que estés agarrado a la parada porque no te voy a parar.

— Pero pelotudo, ¿Quien te crees que sos? ¿Niki Lauda? — escupió el hombre flaco y desgarbado de unos cuarenta años — Estoy pidiendo servicio.

— Andá a quejarte a la empresa. Mira si me voy a fijar en vos, pelotudo. Te bajás del taxi y me hacés señas para que pare. ¿Qué te pensás que tengo un Fiat 600 y puedo frenar en dos metros?

— Qué buena onda que tenés, ¿eh? Esa es la violencia de los colectiveros.

Una venteañera, sentada en el primer asiento del micro cerró su libro, que hacía rato que no leía, agarró su mochila y buscó refugio en los asientos del fondo temiendo que la sangre le salpicara su pantalón blanco. El resto del pasaje no le quitaba la mirada de encima al conductor y su contrincante. No faltó quien haya recordado la pelea de Maravilla frente a Chávez Jr.

— Vení. Vamos abajo. Te estoy invitando. — amenazó el chofer sin soltar el volante y sin siquiera mirar a su contrincante.

— ….

— No ves que te cagas en las patas. — espetó el conductor ante el silencio.

— Pero no podés venir a doscientos con esta batata. ¿A qué velocidad venías?

— Y qué te importa a vos, pelotudo. Si no te gusta, andá a quejarte con la empresa. Ya te dije.

— Qué gauchito que sos vos. — se mofó el pasajero.

— Encima me forreás. Pero sos un pelotudo. Si no nos conocemos, qué te venís a hacer.

— Lo tuyo son los favores. Vos sí que tenés buena predisposición.

— Mi predisposición para vos es darte un vaso de sal en el desierto.

Lo que parecía un insulso viaje más en transporte público se convirtió en un encontronazo a cara de perro entre un conductor con pocas pulgas y un pasajero con ánimo de hacer bromas. A un par de cuadras de Puente Saavedra la discusión se diluyó. Un par de paradas después, el flaco desgarbado se bajó justo frente a un cartel publicitario desgajado con la cara de un sonriente Ravi Shankar respirando con felicidad.