Ahora está ahí. Lo dejan mostrarse un poco más que antes. Si
bien algunos no lo ven hace rato, él nunca se fue. Durante su ausencia tuvo
varias personalidades suplentes: blue, contado con liqui, tarjeta. Pero todos
lo conocen por su apodo de siempre: El Verde. Ahora que aflojó un poco el cepo,
las colas de los bancos recuperaron a un viejo protagonista en la charla de
espera a ser atendidos: el dólar.
—Nosotros llegamos la semana pasada de Disney. La pasamos
muy bien —dice un tipo de treinta y pico a la mujer en la fila de al lado.
—¡Qué bien! Nosotros salimos en un par de semanas —cuenta la
señora que ya pasó los cuarenta—. Hace tres meses que sacamos todo. Sólo nos
queda comprar las entradas a algunos juegos porque los chicos no sabían a dónde
querían ir.
—Mirá, nosotros nos la rebuscamos. Armábamos la vianda y
salíamos todo el día por el parque. Porque la gaseosa estaba 4 dólares.
¡Carísima! —exclama tomándose la cara con ambas manos—. Al segundo día fuimos a
un supermercado y compramos un pack de 24 gaseosas por 7 dólares. Imaginate, un
negocio bárbaro. Y lo pagamos con tarjeta.
—Claro, pero tampoco podemos ir sin plata en efectivo—dice
preocupada la señora.
—Y, aprovechá todo lo que puedas a pagar con tarjeta. Ahora
que abrieron el cepo quizás sacás algo.
El hombre mira su reloj. Aún tiene a cuatro personas delante
de él. Hace veinte minutos que espera su turno y la fila avanza a paso de
tortuga. La señora no parece estar preocupada por el tiempo. Está pensando en
sus vacaciones.
—¿A vos te dieron dólares para el viaje? —consulta la mujer.
—Poco. Casi que no te alcanza. Pero tarjeteás todo.
—Es que todo esto de la devaluación nos cambió los planes.
Se puso más caro.
—No, obvio. Además, ves a la gente saliendo de los negocios
con un montón de bolsas y vos no querés ser menos. ¿Pero sabés qué pasa? Si te
ponés a convertir, perdiste. No disfrutás nada.
—Eso seguro.
La charla entra en un impasse de un par de minutos. El
hombre mira otra vez su reloj. Quedan tres personas delante de él.
—A nosotros lo de la devaluación nos agarró ahora cuando
llegamos. Pero bueno, acá siempre pasa algo. Me dedico a vender caños de PVC y
desde hace dos días que no tengo precios. Entonces, espero una semana a ver qué
pasa. Mientras tanto, sigo unos días más de vacaciones. —le cuenta a la mujer.
La fila avanza y es el turno de la señora. La charla se
pierde entre saludos y deseos de buen viaje. Dentro de poco Mickey, Minnie,
Donald y compañía la recibirán con los brazos bien abiertos para que ella y su
familia gasten sus verdes.