Los hechos sucedidos en Buenos Aires durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 marcaron a fuego las páginas de la historia argentina. Hace cinco años el mundo se enteraba del estallido de la mayor crisis social, económica e institucional de la Argentina.
Una gran parte de los ciudadanos exigía cambios. Exigía que se vayan todos. La Argentina estaba atravesada (en realidad lo sigue estando) por desigualdad una social que hacía inaguantable las penurias económicas que azotaban al país. El gobierno de De la Rúa había llegado al poder, mediante el voto directo, dos años antes prometiendo acabar con la corruptela de los noventa.
La realidad política le explotó en las manos al gobierno en el año 2000 cuando una denuncia señalaba que varios congresistas habían sido sobornados por el Ministro de trabajo para aprobar una ley laboral. Era el principio del fin político de la presidencia de De la Rúa.
La difícil situación económica se traducía en una fuerte recesión de la economía que llevaba más de tres años. Los sectores más desprotegidos de la sociedad siempre han sido los primeros en ser golpeados por los difíciles ribetes de la economía, pero en diciembre de 2001 el cinturón ajustó a la joya de la abuela: la clase media.
La Argentina siempre se ha ufanado de decir que era uno de los pocos países de la región que contaba con una clase media fuerte, que era el sostén de la economía. Permítaseme disentir con esa afirmación dado que aseverarla significaría considerar como único camino posible para el crecimiento de una economía a solo una parte de la sociedad.
El espectro social de un país está integrado por la relación entre todas las capas sociales que la componen. Considerar la importancia de un sector por sobre otro es caer en la ignorancia de no dar cuenta de quiénes son todos los que componen la comunidad en la que se vive.
Para entender las causas de la asfixiante situación económica debe pensarse al estallido del 2001 como el agotamiento de un modelo económico. El derrumbe del gobierno de De la Rúa significó se llevó consigo a la ley de convertibilidad, aquella receta importada desde los Estados Unidos por el despreciable Domingo Felipe Cavallo en el año 1992.
La implementación de la convertibilidad a partir de la década de los noventa condujo al país a una estrepitosa caída. Las consecuencias de la fórmula hacía rato que no daban resultado. Los índices de pobreza y desocupación subían año a año. Las protestas sociales eran una realidad, desde mediados de la segunda década infame se percibía ese olor a que la cosa iba a terminar mal.
Esas vertiginosas 48 horas dejaron como saldo la trágica muerte de 35 personas y un centenar de heridos. La represión policial desplegada durante esas jornadas ha dejado en la retina de todos los argentinos los más triste recuerdos desde la vuelta a la democracia en el año 1983.
La crisis económica que determinó el estallido social durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 es consecuencia directa de la política económica adoptada a partir de la década del noventa.
Una gran parte de los ciudadanos exigía cambios. Exigía que se vayan todos. La Argentina estaba atravesada (en realidad lo sigue estando) por desigualdad una social que hacía inaguantable las penurias económicas que azotaban al país. El gobierno de De la Rúa había llegado al poder, mediante el voto directo, dos años antes prometiendo acabar con la corruptela de los noventa.
La realidad política le explotó en las manos al gobierno en el año 2000 cuando una denuncia señalaba que varios congresistas habían sido sobornados por el Ministro de trabajo para aprobar una ley laboral. Era el principio del fin político de la presidencia de De la Rúa.
La difícil situación económica se traducía en una fuerte recesión de la economía que llevaba más de tres años. Los sectores más desprotegidos de la sociedad siempre han sido los primeros en ser golpeados por los difíciles ribetes de la economía, pero en diciembre de 2001 el cinturón ajustó a la joya de la abuela: la clase media.
La Argentina siempre se ha ufanado de decir que era uno de los pocos países de la región que contaba con una clase media fuerte, que era el sostén de la economía. Permítaseme disentir con esa afirmación dado que aseverarla significaría considerar como único camino posible para el crecimiento de una economía a solo una parte de la sociedad.
El espectro social de un país está integrado por la relación entre todas las capas sociales que la componen. Considerar la importancia de un sector por sobre otro es caer en la ignorancia de no dar cuenta de quiénes son todos los que componen la comunidad en la que se vive.
Para entender las causas de la asfixiante situación económica debe pensarse al estallido del 2001 como el agotamiento de un modelo económico. El derrumbe del gobierno de De la Rúa significó se llevó consigo a la ley de convertibilidad, aquella receta importada desde los Estados Unidos por el despreciable Domingo Felipe Cavallo en el año 1992.
La implementación de la convertibilidad a partir de la década de los noventa condujo al país a una estrepitosa caída. Las consecuencias de la fórmula hacía rato que no daban resultado. Los índices de pobreza y desocupación subían año a año. Las protestas sociales eran una realidad, desde mediados de la segunda década infame se percibía ese olor a que la cosa iba a terminar mal.
Esas vertiginosas 48 horas dejaron como saldo la trágica muerte de 35 personas y un centenar de heridos. La represión policial desplegada durante esas jornadas ha dejado en la retina de todos los argentinos los más triste recuerdos desde la vuelta a la democracia en el año 1983.
La crisis económica que determinó el estallido social durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 es consecuencia directa de la política económica adoptada a partir de la década del noventa.
Las manos de Filippi - Señor Cobranza