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07 diciembre 2008

Crónica de un viaje que no fue

Buenos Aires, sábado por la tarde/noche. Mi amigo personal Carlos Alberto me envió un mensaje de texto que me avisaba de una improvisada cena entre amigos en su casa. Ducha express mediante partí para lo de Charly.

La noche había reunido a cuatro comensales alrededor de la mesa del quincho: el dueño de casa, Picu, Chirlo y quien escribe. Entre una picada informal, unas empanadas y unas cervezas transcurría, sin mayores novedades, la cena. Que me consiguen dos entradas para ir a ver a los Fabulosos, que River no le hace un gol ni al arco iris, que tal se cogió a tal en el auto, que la hermana de mengana se peleó con el novio, que el otro día me lo encontré a sultano, etc.

Nada nuevo bajo el sol. Hasta que se tocó un tema fundamental: qué hacer al otro día. El pronóstico meteorológico anunciaba un colorcete importante y no daba para quedarnos encerrados en Buenos Aires, fucking city.

Así fue como el dueño de casa tomó la posta:

- ¿Llamo a la gallega para ir a la quinta mañana? – preguntó Charly buscando cómplices.
- Seee, ni hablar. – fue mi inmediata respuesta.

La señorita en cuestión adujo vía telefónica que estaba enferma y por lo tanto, al otro día no iba a ir a la quinta. ¡Hay malas noticias para la banda! Ergo, había que buscar un plan B. El cajón de cerveza marcaba la mitad más uno de envases vacíos cuando Charly volvió a la carga:

- ¿Y si vamos a la costa?, total tengo el tanque del auto lleno – arengó el piloto, gambeteando el paro de actividades de las estaciones de servicio.
- ¡Yo también tengo el tanque lleno! – retrucó el Chirlo mientras alzaba su vaso con espuma hasta el borde.
- Hay que llamarlo a Bara y listo. En el cumpleaños del Picu había tirado que nos daba las llaves – recordé con la memoria fotográfica que me caracteriza.
- ¿Quién lo llama? No me da la cara para pedirle el depto. en Gesell – concluyó Charly con cierto dejo de vergüenza.
- Si vos lo conocés de chiquito, no te va a decir que no. – sostuvo el Chirlo con sabiduría. Mientras tanto le recargaba el vaso de birra al Picu.

Finalmente se hizo el llamado. Bara se subía a la propuesta, no tenía que laburar el lunes. Todo salió redondo. Rápidamente nos pusimos de acuerdo: a las 7:30 Charly me pasaba a buscar y después íbamos a por los demás. Listo, todo cerrado. La noche de sábado se terminó ahí, cada uno para su casa para armar el bolsito, al otro día – en realidad era el mismo día – partíamos a Villa Gesell.

Ya en mi casa, me disponía a armar la mochila lo más rápido posible para poder tirarme a dormir al menos un rato, pues en tan sólo cuatro horas Charly estaría tocando el timbre de casa. Suena mi teléfono celular. Era el Chirlo.

- Tengo malas noticias, se suspendió todo. Allá están los tíos de Bara -, dijo mientras del otro lado de la línea yo sostenía en mi mano derecha, listo para ser guardado en la mochila de viaje, mi calzón a horizontales rayas verdes y negras.
- Me estás jodiendo - , retruqué esperando que sea otra de las tantas gracias del Chirlo.
- No, en serio. Se dio de baja todo. Hablé con Charly y él ya había hecho el bolso - comentó una vez más Chirlo.
- Yo estaba en eso -, dije resignado.

La emoción del viaje relámpago a la costa duró lo que dura un tiempo en un partido de fútbol: tan sólo 45 minutos. Ni siquiera hubo tiempo para el alargue.

Buenos Aires, domingo al mediodía. Hace un calor de la puta madre y nosotros sin quinta ni costa atlántica. ¡La concha de su madre!