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29 diciembre 2008

Pensar en nada

- Estoy toda contracturada, no me puedo relajar. ¿Qué hago?- se queja C, mientras se toma el cuello con su mano derecha.
- Tirate a dormir la siesta un rato. No pensés en nada y vas a ver qué fácil es descansar. – le replico desde la colchoneta de agua.

Creo que nunca dije una frase tan elocuente y simple como esa: No pensés en nada y vas a ver qué fácil es descansar.

Un caluroso domingo por la tarde no te da muchas opciones para hacer. Sobre todo si estás en una quinta en las afueras de la ciudad de Buenos Aires y el sol te pega de lleno en la frente. Ni hablar si hay una piscina esperando a que te pegues el chapuzón de tu vida. En serio, no hay demasiadas opciones.

Ni siquiera si la dueña de la quinta, a la sazón C, invirtió 18 sólidos pesos argentinos en una colchoneta de agua. La ecuación se cae de maduro: piscina + colchoneta de agua + sol que raja la tierra + cansancio = siesta bajo un sol que raja la tierra sobre la colchoneta de agua que flota de un lado a otro de la piscina.

Con semejante cuadro de situación, ¿en qué diablos se puede pensar? En nada. Ni en los bombardeos entre israelíes y palestinos, ni en el hambre en el mundo, ni en la inflación, ni en la crisis económica, ni en la desocupación, ni en el terrorismo, ni en el calentamiento global, ni en la deforestación del Amazonas, ni en la corrupción, ni en el HIV, ni en nada.

Les aseguro que una siesta sobre una colchoneta de agua tiene un solo resultado: pensar en absolutamente nada. De vez en cuando es aconsejable, sobre todo para la salud mental de uno, vio.