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03 febrero 2012

La noche del conejo

A pesar del calor, la banda sigue tocando. El arte de la improvisación se apersona de la mano de dos bajos, tres guitarras, una trompeta, un sampler y un director de orquesta que les dice con qué intensidad tocar. La música suena un tanto inconexa, uno de los guitarristas, con antiparras incluidas, rasga su instrumento mientras hace muecas al público.

Todos los músicos visten de verano; la única mujer sobre el escenario, en ropa interior y el resto en cueros. Tienen calor, pero simulan ser un conjunto tocando en el fondo del mar. Debajo del escenario, las bebidas espirituosas desfilan por la noche veraniega. Para no ser menos, en la terraza, las risas y las anécdotas de una veintena de personas copan el aire libre.

En el baño del primer piso de la casona de Colegiales se gesta lo que será la segunda presentación musical de la noche. En el toilette, una dama de rastas anuncia que iba a cantar como invitada y recomienda a los presentes que no se lo pierdan.

Comenzó el show y el hip hop se adueña del ambiente. La tribu del oeste agita ante el improvisado escenario. Un flaco de pelo largo, se suelta la colita del pelo, se quita la camisa hawaiana y se mueve al ritmo de la música.

Afuera de la casona un grupo de agentes del orden municipal quieren suspender el festejo. Una chica hace parar la música justo cuando la dama de rastas subía a cantar como invitada. Le solicita al público que deje de saltar y que se siente porque no está permitido bailar.

El publico la abuchea y canta a capella. Golpean la puerta de entrada al lugar. Los de la municipalidad vuelven a pedir explicaciones y exigen que se suspenda el show. A una parejita le importa poco y nada lo que los organizadores y la municipalidad quieran. Abren la puerta, prometen volver cuando más tarde y, entre risas, salen por Matienzo en dirección a Cabildo. Aseguran que la pasaron muy bien y que repetirán la visita a la casona de Colegiales.