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19 febrero 2013

La gata Flora


Desde hace unos meses le invadí su espacio. Nos conocemos desde hace rato, pero los dos sabemos que ella estaba antes que yo. Para qué ocultarlo. Cuando  tenía apenas unas semanas de vida la puse en una pala y la deambulé por el aire. Por esa iniciativa fui criticado. Con justa razón, fui tildado de nene que nunca tuvo mascota.

Ahora a veces no me escapa. Cuando se siente ofendida se para sobre el lavarropas y me pide entrar. Le abro la puerta me mira, da media vuelta y se va al jardín del vecino. Esa es su esencia: gataflorismo puro.

Me mira cuando escribo y es la única que escucha cuando leo en voz alta. Borré varios párrafos sólo porque ella miraba para otro lado y me quitaba su atención. Los gatos son perceptivos, dicen.

Ya no viene a despertarme a la mañana. Con el calor prefiere salir a fuera y refugiarse debajo de alguna planta del vecino. Más fresca que el departamento, por cierto. En estos momentos, nuestra relación se reduce a la acción: ella se trepa a la puerta y maúlla para salir. Luego, maúlla para entrar. Y volvemos a la acción.