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14 junio 2013

Bienvenido a la selva

Un flaco de veintipocos está sorprendido por la ciudad Buenos Aires y su actividad nocturna. Son pasadas la medianoche y el 93 se mueve a paso de hombre por Las Heras, como si fuera plena hora pico.

— Acá son las doce y cuarto de la noche y no para de subir gente al bondi —le cuenta el flaco a un amigo que está del otro lado de la línea en Mar del Plata.

Está fascinado con Buenos Aires.

—Esta ciudad no duerme. No sabés lo que es: impresionante. Te tengo que traer para que vos lo veas. —le dice.

Sí. Buenos Aires es fascinante. Muchos de los que viven acá no se dan cuenta que esta ciudad tiene poco que envidiarle a otras capitales del mundo. Salvo por algunos detalles.

Porque Buenos Aires es la ciudad en la que 52 personas mueren aplastadas en una de las estación de trenes.

Porque Buenos Aires es vecina de un conglomerado donde otro tren, primo cercano del anterior, lleva a bordo a cientos de laburantes que pueden terminar en un hospital, si es que no van a parar a la morgue.

Porque Buenos Aires es la ciudad que se conmociona por el crimen de una adolescente y donde periodistas creen estar resolviendo desde un estudio de televisión con el morboso arte de acusar a alguien sin saber.

Porque Buenos Aires es la ciudad en la que los edificios crecen como hongos y de vez en cuando alguno se desploma como si estuviese construido con galletitas de agua.

Porque Buenos Aires es también la ciudad en donde el cajero automático de un banco o el puente de una autopista son el hogar de cada vez miles de personas.

Porque Buenos Aires es la ciudad donde algunos sonrientes políticos dicen desde un afiche tener la solución para arreglar lo que está mal, mientras que otros sonrientes políticos anuncian que tienen la fórmula para que todo siga igual de bien.


Mientras tanto, un marplatense se fascina ante los colectivos de la ciudad de Buenos Aires que van llenos a cualquier hora del día.