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11 febrero 2010

Palabras de Tomás

A decir verdad nunca fui un fanático de Tomás Eloy Martínez. No soy tan ávido lector de novelas como debería serlo y tal vez por eso es que nunca haya leído alguna de las suyas. Sin embargo, su muerte ha provocado que se publiquen varios homenajes y uno de ellos cayó en mis manos: la edición especial que ADN publicó el sábado pasado. El suplemento de Cultura de La Nación se encargó de convocar a varias plumas para que escriban sobre él y, además, como parte del homenaje, publicaron cuatro artículos escritos por Tomás Eloy Martínez para el diario. Recomiendo los cuatro, en especial el dedicado a Susana Rotker, su mujer fallecida en un accidente de tránsito en el 2000.

Pero lo que nos convoca es el artículo Algo que García Márquez quizás haya olvidado, que cuenta los pormenores de una historia que no fue: el lanzamiento de un diario en Colombia. Resulta que en 1982, luego de recibir el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez quiso fundar un periódico y uno de los convocados para llevar adelante el proyecto fue Tomás Eloy Martínez. El diario se llamaría El Otro, pero nunca llegó a ver la luz porque el escritor colombiano estaba terminando de escribir una novela y no iba a poder ser de la partida por el tiempo que le insumía la escritura de su nuevo libro. Ergo, quienes estaban a cargo del lanzamiento no quisieron seguir adelante sin Gabo…

(…)Nos negamos. Trató de explicar lo que ya sabíamos: que no se puede escribir una novela y hacer un diario a la vez. Que para la novela él era imprescindible pero que al diario le bastaría con nosotros. Y la novela, nos dijo, ya no podía esperar: estaba mordiéndole las entrañas. Le replicamos lo que él ya también sabía: que el otro era él, y que no podíamos ponernos en el lugar de ese personaje.

Nos separamos al amanecer. Durante algún tiempo siguió llamándonos por teléfono para contar que había ordenado nuevos estudios de factibilidad y un plan alternativo de financiación, pero cada vez hablaba más de la novela. A fines de septiembre dijo que había encontrado el nombre perfecto para el viejo de su historia, Florentino Ariza, y a comienzos de octubre anunció, exultante, que por fin había dado con el título. Se llamaría El amor en los tiempos del cólera. Cuando leí al fin ese libro en la edición amarilla de Oveja Negra, supe que habíamos hecho lo correcto. El Otro hubiera sido un diario de tantos. La novela, en cambio, era única.

Ninguno de nosotros volvió a mencionar El Otro desde entonces. Fue una historia de amor, pero no de las verdaderas. Nunca es verdadera una historia de amor que no deja ninguna melancolía.