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20 febrero 2015

Golosinas

—¿Cómo va, pa? ¿Todo bien?

No contesta porque está masticando un turrón.

—Día complicado hoy, ¿eh? No se vende nada.

No responde y sigue comiendo.

—Aunque esté difícil la mano hay que seguir. Yo meto siete u ocho horas arriba del tren. Y si veo que estoy más o menos hecho me vuelvo para casa. ¿Vos con qué estás?
—Turrones –dice y le da otro mordisco.
—Golosinas. ¿Y a cuánto?
—Seis por diez.
—¿Y los vendés así sueltos?
—Sí. 

Sigue masticando. Ahora con la boca abierta.

—Pero los tenés que vender juntos. Te conviene ponerles una bolsita para que sea más higiénico.
—Pasa que los compro en la fábrica y vienen así.
—Sí. Claro. Pero si lo vendés juntos queda mejor presentado y la gente te los lleva. En una época yo estaba con golosinas. Pero ahora estoy con cosas para chicos –le muestra una bolsa blanca de nylon con útiles escolares.-Se vienen las clases. Pero hay que salir a vender. Esa es la clave.

El tren llega a la estación Belgrano R. Ambos se bajan para esperar a la próxima formación. El de los turrones arrastra su caja con el pie y se despereza en el andén. El otro, hace malabarismo para que su mercadería no se le caiga de las manos. Pese al esfuerzo, los útiles caen todos al piso: marcadores, lápices de colores, lapiceras y cuadernos para colorear.

—Estas bolsas son una mierda. Se agujerean de nada. Tengo que estar con todo en la mano.