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15 septiembre 2007

Yira que yira, a través de la ciudad

Viernes por la madrugada. Garúa intermitente. Frío que cala en los huesos. Subo a un taxi que me deje en la puerta de mi casa. Viaje desde Palermo hasta Villa Luro. El asfalto de la avenida Juan B. Justo oficia de camino resbaladizo para el trayecto. Al volante, Víctor, el siciliano. A continuación, un pasaje del monólogo del taximetrero durante el viaje.

¿Sabés qué pasa? Vos sos blanco, yo soy blanco. Tenemos posibilidades de resurgir. Pero el negro, no. ¿Sabés por qué? Porque es resentido. Una vez me bajé en un boliche de Posadas y Ayacucho a tomar un café. Entré en la confitería y me senté en una mesa (sic). Me atendió un mozo y me dice: "Jefe, la mesa está ocupada". "¿Ocupada por quién?", le respondo.

"No me querés atender porque bajé del taxi, ¿no? Yo soy chofer de taxi, sí. Pero no porque me gusta, sino porque lo necesito para vivir. Yo era un tipo muy importante, conocí empresarios, senadores y toda clase de gente que en tu puta vida vos vas a conocer. Yo tengo dos viajes en el Royal Caribbean. ¿Vos cuántos tenés? Ninguno. ¿Sabés por qué? Porque sos un negro de mierda, un resentido. ¿Vos sabés quién soy yo? Al dueño lo conozco desde hace 20 años. Una palabra mía y vos no laburás más acá".

Me meto adentro y pregunto por Carlos, el dueño. Cuando Carlos me ve no lo puede creer, hacía años que no nos veíamos. "¿Puede ser que me pueda a sentar a tomar un café en tu boliche?", le pregunto a Carlos. "Claro, Víctor. ¿Cómo no vas a poder? Vos sos un amigo de la casa", me dice.

Me senté y me tomé un café. Después vino el negro y me dijo: "el dueño me dio órdenes de no cobrarle. Además, le invita una copa de whisky". Yo le dije: "decile que le agradezco, pero no tomo más whisky. Ahora tengo que tomar agua, por las pastillas para los nervios".