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16 enero 2012

Las mañas no vienen solas

La charla entre dos amigos de entre cuarenta y tantos y cincuenta y pocos se detiene cuando uno de ellos frena la marcha para encender un cigarrillo. El más alto y más flaco, busca en el bolsillo derecho de sus bermudas negra un cigarro. Se palpa un par de veces y lo encuentra. 

No tiene fuego y con un gesto le pide a su amigo, que peina canas y pocos pelos, un encendedor. Apoya su bicicleta inglesa negra contra un árbol y saca del su pantalón una cajita de fósforos para su compañero fumador. Éste enciende el cigarrillo, agradece con la cabeza y devuelve las cerillas. Tras la primera pitada, prosigue la marcha con su amigo a su izquierda y retoma la conversación:

— El otro día se enojó con la hija porque la piba se compró un sommier. ¡Qué tipo! Dejala tranquila si se quiere comprar un colchón mejor. Para él, las cosas tienen que ser cómo a él le parecen. ¿Podes creer?
— Pero siempre fue igual. Desde que lo conozco que es así. Nadie lo va a cambiar a esta altura del partido.
— Sí, lo sé. Pero si a vos te gusta dormir en un colchón de mierda, es tu problema. No el de tu hija, ¿no es cierto? Si ella quiere dormir bien, dejala que se compre un sommier para descansar mejor.